Comentario
De cómo se comenzó la inquietud de los soldados por un papel y firmas; de lo que sobre ello dijo el adelantado a ciertos soldados, y de algunas murmuraciones y casos feos que hubo
Como está dicho, el adelantado no se desembarcó por no tener casa hecha, y así, estaba en la nao y el maese de campo en tierra, a cuyo cargo estaba el orden de las cosas de ella. Empezó nuestra gente a buscar que comer, y siempre que iba un caudillo con doce o quince soldados por los pueblos de los indios (que eran muchos y del nuestro estaban cerca), y por sus labranzas y haciendas, ninguna vez dejaron de traer de seis hasta doce puercos, muchos cocos y plátanos y todo lo demás que en la isla hay; hallando los indios llanos y muy de paz, que aunque es verdad que al principio se huyeron, ya estaban con sus mujeres e hijos muy quietos en sus casas, y ellos mismos nos traían de comer cerca del campo, no los dejando entrar por que no viesen nuestra poca gente, y lo propio hacían a la nao, que ya parecían amigos según la solicitud.
También Malope guardaba esta orden, y por la voluntad que a todos mostraba, nos pareció ser muy fija su amistad; y llegó a tanto, que el capitán don Lorenzo había concertado con los indios que vendrían a ayudar a hacer nuestras casas: pidiendo que los dejasen en las suyas, mostrando gran sentimiento cuando se las deshacían. Un día de los que vinieron, salió el vicario a ellos, y muchos con él; e hizo de dos palos una cruz; mandónos a todos la fuésemos a reverenciar; y luego los indios hicieron lo mismo, y se fueron con ella a su pueblo en procesión.
Estando las cosas en este estado, comenzó a haber entre los soldados pareceres bien diferentes de los del adelantado. Dijeron que la tierra era ruin y muy pobre, y que no había de comer en toda ella, y que el sitio que poblaron no era bueno; no hallaron nada que les contentase. Lo que ayer les había parecido muy bien, ya les parecía mal; guiados de sus antojos, y olvidados de las obligaciones que tienen los que siguen la bandera de su Rey. En suma, hubo un papel con ciertas firmas, y lo que en él se decía, que pedían al adelantado los sacase de aquel lugar y les diese otro mejor, o los llevase a las islas que había pregonado. Tuvo el adelantado noticia del papel y firmas, por las escuchas y correos que el diablo tenía puestos y prestos para llevar y traer. Cayó luego enfermo, al parecer de pena de ver un tan mal principio a lo que deseaba muy buen fin; mas viendo cuán desordenadamente se corría, salió a tierra, y encontrando a uno que había firmado, le dijo: --¿Es vuesa merced cabeza de bando?, ¿ya otro no sabe que firmas de tres, sin el que puede, es género de motín?, y él respondió, dándole en la mano un papel: --He aquí lo que pedimos, y si otra cosa han dicho mienten. Sacó otro argumento un soldado, y el adelantado le dijo: --Calle, que tiene por qué callar. Y con esto se volvió a embarcar, y al punto mandó que el piloto de la galeota fuese a tierra, a donde fue recibido de ciertos soldados; sonóse que éste les dijo dejasen aquella tierra que en menos de treinta días los llevaría a otra buena.
Entre medio de revoluciones se hizo en fin nuestra iglesia, para lo cual ya había de limosna presente buena copia, y demandas futuras partida de diez mil ducados; y cada día los sacerdotes decían misa en ella.
Acudíase a buscar que comer, y cortábase mucha majagua para hacer cables: recogíanse las cuerdas que se podían haber de los indios; y la firma del papel andaba viva: túvose por cierto haber ochenta firmas. Los solicitadores no se olvidaban de afear la tierra, recordar trabajos e imposibilidades; y uno de éstos dijo a otro lo por qué le respondió, que en todo el mundo se trabajaba y que los trabajos de aquella tierra eran de calidad que bien merecían sus personas.
Dos muertes de dos indios se dijo habían pasado, así: que estando el uno debajo de nuestra amistad, un soldado le dio un arcabuzazo por la garganta, con que luego cayó muerto; y el otro, que estando en conversación, le llamaron cuatro soldados aparte, y a puñaladas le mataron. Y esto se practicaba, y hacían por poner los indios de guerra y que con ella faltasen los bastimentos, para que obligados de su falta, fuesen las voluntades todas unas en salir y dejar la tierra; y también para que apretados los indios, apretasen el campo, y con este achaque pedir al adelantado la artillería, y desarmándola quedar fuertes. Sonábase que querían matar no sé a quién, y a ciertas personas que le seguían, y que los oficios estaban entre amigos repartidos; y se decía que una noche querían tocar arma falsa, y saliendo los del adelantado de sus casas, dar en ellos.
Fue público que una noche, un tropel de armados iban a entrar en una casa a donde se guardaban de ellos; y como los sintieron y les pusieron los arcabuces en los pechos, se volvieron y entraron en una tienda, donde tentando las camas, no hallaron los dueños que juntos vivían, y juntos con temor dormían en el monte, y sus mujeres que los sintieron se alteraron. Y en otra parte probaron con una espalda el lugar de una cama, y siendo sentidos se fueron; y esto lo contaban los mismos. Y porque los cuentos fueron sin cuento, los dejo: y digo que un soldado me dijo como otros le habían preguntado, si quería ir al Perú; y que él había respondido que sí; y viendo su voluntad le dijeron que firmase el papel, que le mostraron, para pedirlo al adelantado; y que habiendo firmado le dijo cierta persona: --Pues habéis firmado, tened alistadas vuestras armas; y si viéredes trabado al maestre de campo y adelantado, poneos a la parte del maestre de campo, y haced como buen soldado: apuntad con vuestro arcabuz, y disparad; y no os digo que matéis; mas si matáredes, etc.; y que este mismo dijo en otra ocasión: --Mal haya yo porque anoche estorbé que no matasen a tantos hombres como se quisieron matar.
Entre los varios pareceres de los inquietos, era uno que diesen barreno a los navíos y que no era de importancia enviar aviso al Perú, porque las islas do se hallaban, aunque fuesen buscadas no habían de ser halladas: y así que todos habían de ir o ninguno. A esto dijo un mejor intencionado, que la venida había sido por el bien de la gente de aquellas partes, y que si no se avisaba al Rey, para que enviase socorro, no se podía conseguir lo deseado. Encendió tanto esta honrada respuesta a otro, que vuelto una brasa, en ira le dijo: que no se quieren convertir: es un hato de ganado: como se han estado hasta agora se estén aquí en adelante que no habemos de morir aquí porque se salven; y prosiguiendo el primero dijo: --Dichoso sería yo, si el Señor me concediera fuese medio para que una sola alma se salve; cuanto más tantas como aquí se pueden salvar. Esto de volver al Perú, andaba tan válido, que no querían que ni aun el piloto mayor saliese por la mar a las cosas de importancia a que se ofreció; porque decías que se quería ir con la gente marinera, y no volver allí; y pudo tanto con el adelantado esta novela, que quitó las velas todas, y las puso en el cuerpo de guardia. No fue sólo éste el falso testimonio que se levantó, pues también a otra persona le levantaron otro; con que dejar la vida era poco, a trueque de que ellos cumplieran sus deseos; pero aquí se vio por experiencia que aprovechan poco trazas contra la verdadera inocencia, porque al autor de ellas las desbarata y mata; y bien sé que el daño que se pretendieron hacer, ya se lo ha perdonado. Dijo un amigo a los suyos: --¿Es vuesa merced de los otros que querían dejar la tierra? --Hermano, le respondió: ¿y qué habemos de hacer aquí? Dijo el otro: --Lo que venimos a hacer, y cuando todos se fuesen, había de quedarse sólo por cumplir con lo debido; y que el amigo que desdijese, lo había sin más orden, de desangrar con un puñal.
Este tiempo confuso y bueno era para que cada uno brotase claro la buena voluntad, si la tenía. Quejosos e indeterminados soldados, como no se les ve firmeza, abren puertas para que les tienten los ánimos y se determinen los que están y no están determinados, que diga uno en público: --El maese de campo es mi gallo, todos le han miedo: lo que él manda se obedece. Ya anda madurando: antes de poco se verán cosas y luego tendremos libertad. También se decía, que en los vestidos de doña Isabel había para gastar dos años; y que dijo uno, que se había de tener por muy dichoso quien sacase a su mujer de la mano; y otro: --Quédense los tales y tales, que nosotros nos habemos de ir aunque pese a quien pesare, y en mi reino me he de ver; y semejantes disparates que los llevaban precipitadamente a la muerte; y también que se decía: llevaremos por piloto a fulano, que no es conocido en el mundo, y éste nos llevará al despoblado de Chile, y con que quiera lo contentaremos, y nos iremos a Potosí. En fin, cada palabra era un motín y alzamiento. Bien se fabricaba esta torre de confusión sobre cimientos de venganzas, y vanidades desordenadas de ambición y cudicia, pestes en semejantes empresas. Esto de faltar reportación y prudencia, ¿qué no destruirá? Ya bajo se verá.